A casa jardim
Uma casa branca, não muito grande, à
beira da estrada. De todas as vezes que por ali passava, lembrava-se,
automaticamente, da sua mãe. Não lhe conhecia os donos, nem fazia ideia de quem
lá poderia habitar. Conseguia observar melhor o seu aspeto quando fazia o
trajeto de baixo para cima, pois o ângulo revelava-se mais apropriado à
visualização daquele canto que parecia um autêntico jardim, de tantas flores
que brotavam. Mal se via o cimento que suportava o edifício e a arquitetura era,
em si mesma, uma panóplia de cores da natureza, em que sobressaía o verde.
Rosa, roxo, vermelho, amarelo eram outras cores que formavam a paleta de um quadro
tão bem desenhado.
[Autoria da fotografia: Tatiana Salvador]
Consumiam-lhe a curiosidade questões
como: -“Quem viveria ali?” ou “Como se serão as suas rotinas?”. Na sua ideia,
haveria de ser alguém - ou alguéns - muito
dedicado porque aquele cenário exigia tempo e amor. Dentro do seu carro,
frequentemente absorvida pelos gritos de liberdade - sobretudo ao final do dia -
gostava de idealizar mundos diferentes, voar alto e sonhar …. Num desses
almejos onde realmente TUDO era possível – na
terra dos sonhos podes ser quem tu és/ninguém te leva a mal* – olvidou os
limites da razão, os quais a fariam recordar que a mãe tinha falecido há muitos anos atrás. Soltou as rédeas do coração e, por breves momentos, imaginou que quem
poderia habitar a casa jardim, seria a sua mãe. Era o contexto perfeito para
uma pessoa como ela, sem dúvida.
A morte é uma loucura tão insana que,
mesmo passado décadas, continua a parecer mentira - quem já perdeu alguém, sabe
bem do que se trata. Havia instantes em ela que via na rua, mulheres de cabelo
preto, e por uma fração de segundo, achava que poderia ser a sua mãe – como nos
filmes, certo?! – creio que até ao mais racional e céptico dos homens este
fenómeno terá acontecido. Por isso, imaginar, por curtos instantes, que a sua mãe
poderia viver naquela casa, não se afigurava disparatado de todo.
Dali em diante, tomou como ritual
diário – íntimo e inconfessável - os 20 segundos em que podia observar a casa jardim e deslumbrar toda a vida
contida. O que resultava engraçado é que nunca tinha ponderado, sequer, parar o
carro e andar a pé pela zona – poderia conseguir ver alguém. Nunca o fez nem queria
fazer, talvez porque isso fosse quebrar a magia. Ela preferia acreditar que a
sua mãe estaria ali, em paz, a regar as suas plantas no cenário mais pacífico e
bonito do mundo. E continuar a crer que, sempre que passava naquele lugar, por
breves instantes que pareciam infinitos, as suas almas se voltavam a cruzar.
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Texto en Español
Una casa blanca, no muy grande, al borde de la
carretera. De todas las veces que por ahi pasaba, se acordaba automáticamente
de su mamá. No conocía a los dueños, ni
tenía idea de quién podía habitar ahi. Se podía observar mejor su aspecto
cuando hacia el trayecto desde abajo para arriba, pues el ángulo se mostraba
más apropiado a la visualización de aquel rincon que parecía un auténtico
jardín, de tantas flores que salían. Se veía el cemento que soportaba el
edificio y la arquitectura era, en sí misma, una panoplia de colores de la
naturaleza, en la que sobresalía el verde. Rosa, púrpura, rojo, amarillo eran
otros colores que componian ese cuadro tan bien diseñado.
Le consumían la curiosidad cuestiones como:
"¿Quién vivía allí?" o "¿Cómo serian sus rutinas?". En su
idea, habría de ser alguien muy dedicado porque aquél escenario exigía tiempo y
amor. Dentro de su coche, a menudo absorbida por los gritos de libertad -sobre
todo al final del día- le gustaba imaginar mundos diferentes, volar alto y
soñar .... En uno de esos sueños donde realmente TODO era posible - en la tierra de los sueños puedes ser quien quieras
/ nadie te toma a mal* - olvidó los límites de la razón, los cuáles la
harían recordar que su mamá había fallecido hace muchos años. Soltó las riendas del
corazón y, por breves momentos, imaginó que quien podría habitar la
casa-jardín, sería su mamá. Era el contexto perfecto para una persona como
ella, sin duda.
La muerte es una locura tan insana que, incluso
pasado décadas, sigue pareciendo mentira - quien ya perdió a alguien, sabe bien
de qué se trata. Había instantes en ella que veía en la calle, mujeres de pelo
negro, y por una fracción de segundos, creía que podría ser su madre - como en
las películas, ¿verdad? - creo que hasta a el más racional de los hombres este
fenómeno ha ocurrido. Por eso, imaginar, por cortos instantes, que su madre
podría vivir en aquella casa, no seria una idea loca en absoluto.
De allí en adelante, tomó como ritual diario -
íntimo e inconfesable - los 20 segundos en que lograba observar la casa jardín
y deslumbrar toda la vida contenida. Lo que resultaba gracioso es que nunca
había ni siquiera ponderado parar el coche y caminar a pie por la zona - podría
intentar ver a alguien. Nunca lo hizo ni querría hacerlo, tal vez porque eso seria
romper con la magia. Ella prefería creer que su mamá estaría allí, en paz, regando
sus plantas en el escenario más pacífico y hermoso del mundo. Y quería seguir
creyendo que sempre que pasaba por ese lugar, por breves instantes que se
hacian infinitos, sus almas se volvían a cruzar.
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